viernes, 1 de octubre de 2010

De lira y de poesía mística: San Juan de la Cruz.

Una celda estrecha y oscura. La única luz que se atreve a entrar en la lúgubre prisión se asoma a través de una minúscula ventana que se encuentra a lo alto. San Juan de la Cruz, fraile, teologo intelectual, devoto religioso, poeta, busca los tímidos rayos de luz para escribir uno de sus más famosas liras: El cántico espiritual.
Fue encerrado en aquel sucio olvido por sus intentos reformistas de las órdenes monásticas, fue acusado de apóstata.
Entre los muros pestilentes, el calor sofocante y el dolor de las profundas heridas, escribe estos versos primeros de su cántico.

En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Clamando, gimiendo, busca desesperado el consuelo de Dios. Se trata de una lira, variacion de endecasílabos y heptasílabos, que refiere a la conversación de un esposa con un espeso en una alegoría por el amor a Dios. Tiene rima consonante, ritmo dulce y musical. Estrofas fuera tiempo, sin verbo ni acción, prosa que alude a la eternidad. Imagenes que rompen con lo establecido, por tratar de explicar lo inexplicable: Música callada, soledad sonora. Voz que aulla, gime, alaba y busca paz con sedientos versos.
Este cántico es la expresión de la enfermedad del amor por Dios, un amor inefable, abstracto, contradictorio en cuanto a vacío y abundancia, presente y ausente, caprichoso y devoto.
Este poeta espiritual que fue, junto con Santa Teresa, uno de los líderes de la poesía mística; logra escapar, aparentemente, gracias a un milagro de la Vírgen, tras escribir durante su encerramiento esta obra profunda e inolvidable.

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